Mediodía
frío en Buenos Aires. El barrio de Balvanera está de fiesta
celebrando los 140 años de uno de sus emblemas histórico-culturales:
el colegio Mariano Acosta.
Hay
alumnos y ex alumnos, profesores, padres, funcionarios. Se habla y se
recuerda. Se evocan los nombres de ilustres educandos que pasaron por
sus aulas: Julio Cortázar, Leopoldo Marechal, Enrique Santos
Discépolo, Marcelo Torcuato de Alvear, David Viñas y Manuel
Sadosky, entre otros. Terminan
las palabras y los asistentes aplauden y esperan. Es el tiempo de la
música, pero la música no se escucha y sí un silencio que tiene su
elocuencia.
Después
de alimentar sus ilusiones durante más de un mes en ensayos llenos
de entusiasmo, más de cien chicos de la sede Balvanera del Programa
de Orquestas Infantiles y Juveniles de la Ciudad de Buenos Aires no
pueden presentarse. El frío ganó su partida. No el frío climático,
sino el frío de los funcionarios del Gobierno de la Ciudad que,
insensible, prohibió la salida de sus escuelas y sus traslados. La
música también se hace con silencios, pero este silencio impuesto,
destruyó la música y todo el barrio fue un poco más gris en una
tarde gris.
¿A quién le importa la música? ¿A quién le importa ese maravilloso bien común que atesora la humanidad? Seguro no le importa a los señores que, argumentando alguna mezquina cuestión burocrática o presupuestaria, frustraron las aspiraciones y las ilusiones de un centenar de chicos que, con mucho esfuerzo, estudian un instrumento para hacer música y crecer desde la música y hacer que otros también crezcan al compartirla.
Según los datos extraídos de las informaciones periodísticas, todo el mundo se quedó con la boca abierta (como Mafalda) por la aparente deserción de este (señalamos una vez más) bien común que faltó a la cita vaya a saber por qué distracción de algún funcionario que, al notar la ausencia de Violetta, sintió la innecesariedad de la presentación.
En
mis tiempos había tiempo -en palabras de María Elena Walsh- para
disfrutar entre todos de la música que, a pesar de los malos
augurios, seguirá protegiéndonos.
SUSANA
RINALDI
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